Yo sí lo escribo con tílde, aunque él prefería hacerlo sin ella. Me refiero a su apellido.
Admiré a Sábato cuando en mi adolescencia, esa etapa que vamos dando pasos hacia uno y otro lado hasta que, una vez sobrepasada, nos orientamos en la vida, leí ‘El Túnel’, su obra maestra.
Sábato era de los pesimistas, de aquella corriente ‘existencialista’ que agrupó a otros genios como Sartre (con ‘La Náusea ’) o Camus (con ‘El Extranjero’). Todos ellos cautivaron mi atracción y a todos ellos leí sus obras citadas, entre otras.
Se marcha Sábato, muere un año antes de cumplir los cien el pasado sábado 30 de abril, casi ciego, como su protagonista de la novela ‘El Túnel’. Este argentino cuya vida fue solidificada por la pena y el dolor nos deja la visión del lado malo de nuestras vidas. Pero es que los pesimistas como yo no podemos sino admirarle. Al igual que Sartre y su manera de vivir (tuvo una complicadísima relación con Simone de Beauvoir) Sábato fue un novelista aferrado a la tristeza, a la filosofía de la perspectiva negativa, a la cuestión de si esta vida a la que nos han traído merece o no la pena.
De ahí que valorara la opción del suicidio. Por eso, esa tierra tan amplia como genial y tan peculiar como es Argentina era el único sitio donde Sábato podía haber nacido. Si nace en otro lugar, Don Ernesto no habría alcanzado el rango de genio que merece.
Se va pero se queda. Y si leen ‘El Túnel’, sabrán por qué lo digo.
Hasta siempre, mi admirado Ernesto. Puede que arriba, en el cielo, o abajo, si tengo la mala suerte de que me toque ir a residir eternamente en el Hotel ‘Satanás’ nos conozcamos y, tal vez así, después de haber tenido la experiencia de pisar este planeta, podamos compartir juntos la experiencia de ‘ver la luz al final del túnel’
Gracias, maestro.
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