Hoy, 31 de diciembre, mi padre cumple 86 años. Hablamos a menudo, él me sigue aconsejando y redirige mis opiniones hacia el acierto. Cuando uno se va dando cuenta de lo que cuesta soportar casi medio siglo de vida es gratificante el continuar aprendiendo de quien fue maestro y progenitor.
Evidentemente no hay nada más preciso y precioso que la mirada de un padre (o una madre) satisfecho/a frente a la de un hijo agradecido y feliz. Yo hoy me siento feliz porque volveré contigo al Estanque de los Patos, a la Fuente de las Ranas y a pasear de tu mano por los Jardines del Prado de la ciudad en la que nací.
Querido padre: ¿recuerdas cuando nos sentamos juntos, yo recién cumplidos los 20 años, y me preguntaste por primera vez mi opinión sobre un asunto en el que tenías dudas? No sabes lo fuerte, lo importante que me hiciste. Depositaste en éste, tu hijo, una confianza que se enmarcó en mi corazón y mi mente para siempre. ¿Sabes papá? Hay gente que siente mariposas en el estómago. Seguro que conoces la sensación. Ese día también las sentí. Como bien sabes también han aleteado en mis entrañas cuando me enamoré. No una, mil veces.También he sentido dentro de mí los picotazos del pájaro llamado Destino.
Amado padre: en esta época en la que las cábalas de la vida nos han llevado al desánimo quiero felicitarte, pero comprende mi tristeza por una terrible paradoja.
Hoy cumples 86 años. Y en aquel angosto agosto de 1986 besé tu frente helada e inerte. 86-86. Has empatado tu edad con la del año de tu marcha.
Pero no te preocupes, papá. Aún sigo tus consejos. Y cuando me hablas (o yo me lo imagino) sigues siendo mi mejor consejero. Porque para eso sigues siendo mi padre. Y mi amigo.
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